Un soliloquio con interlocutores intimos se acerca a la luna.
Una vez acabada la hemorragia,
andaremos descalzos por los patios, nadaremos sin ventajas.
Buscaremos sin descanso algunos fuegos y vinos tintos.
Reiremos de la pavada absoluta, para desafiar el final de la alegría,
hervidos como pucheros de infancias bailarinas en armoniosos
desafinos.
Nos cocinaremos antes que la res, para salvarnos de los
hombres.
En una mesa haremos alianzas y pactos irrompibles,
tendremos en las tripas las mismas virtudes, y se iran
cayendo una a una.
Los gritos de los años que nos hicieron diferentes,
cesaran con amores machos, que se escurriran llorando mujeres.
Cuando las botellas queden vacias y algún picaro robe los
tantos,
pondremos la prudente distancia, que nos llevara al próximo banquete.
A meter almas en una bolsa, en remolinas grescas que dejaran
las brasas,
los abrazos de despedida, las gracias por litúrgicas pasiones,
que se encienden con cajones, diarios y carbones.
La llamada de la sangre que drena del cadáver por infernales
hierros,
ofrece la comunión de los que se permiten comer con la mano y
mear los jardines.
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